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Controlado el nuevo incendio forestal que se ha producido en El Valle
Paco y Raimundo junto al camión en el que se refugiaron. / pepe marín
Aquella madrugada todo parecía ir bien hasta que el equipo GP105 del Infoca se vio acorralado por las llamas en mitad de un paraje que apenas son capaces de recordar ahora. ¿Era Saleres? ¿Quizá Restábal? Paco, uno de los conductores, no se acuerda muy bien por todas las horas que lleva trabajando contra el fuego en Los Guájares, donde ha estado a punto de perder la vida. ¿Pasó anoche o hace dos noches? Lleva cinco largas jornadas trabajando en turnos de doce horas y ya solo le queda uno para poder descansar. Su memoria es frágil para los detalles de poco peso. No para otros, los fundamentales, aquellos que no le abandonarán nunca, como el abrazo que se da con su compañero Raimundo.
«Gracias por salvarme la vida. Con compañeros así, yo me voy hasta el fin del mundo», le espeta en mitad de la sierra de Albuñuelas. Afortunadamente ya no hay llamas allí, el fuego está estabilizado y la labor de ambos solo consiste hoy en vigilar que ningún rescoldo pueda provocar un nuevo foco. El panorama es desolador y casi todo está calcinado, pero nada tiene que ver con lo de aquella madrugada, en la que se vieron en mitad del fuego mientras hacían una quema de ensanche rutinaria. Eran las cinco de la madrugada y Paco se encontraba a unos 150 metros del camión autobomba en el que hoy se perciben los restos de la cruenta lucha que mantuvieron con el fuego.
Los bomberos se funden en un abrazo. / pepe marín
Explica que todo sucedió a la velocidad del rayo. «Estaba tratando de que el fuego no llegara a los árboles haciendo una quema de broza en el suelo y de repente vino un golpe de aire e hizo que las llamas se inclinaran hacia mí. Yo llevo relativamente poco en esto, así que miré alrededor a ver si era normal, pero vi a mis compañeros veteranos correr hacia el vehículo y entonces me di cuenta de que la cosa era seria», recuerda Paco, cuyo instinto le hizo ir detrás de ellos. Una vez allí y tras ver cómo se comportaron las llamas, el viento y Raimundo, se dio cuenta de que no se equivocó.
Raimundo no se lo pensó; lleva más de 30 años en el Infoca y sabe que cuando en el monte vienen mal dadas, lo adecuado es refugiarte en el camión. Así lo hizo. «Lo teníamos controlado, el fuego estaba a media altura, pero repentinamente el humo descendió dándole oxígeno y pegó un reventón hacia nosotros», cuenta el bombero, que tuvo que empezar a hacer frente a llamas de varios metros de altura. Recuerda que ni el agua las apagaba, por lo que encendió el sistema de autoprotección del camión. Gracias a él salen chorros y allí se protegieron para quitarse de encima el calor. Pero ni con esas. Así que le dieron la vuelta al vehículo para que les sirviera de parapeto... hasta que las lenguas saltaron también al otro costado.
«¿Que si puede pensar uno en esos momentos de tanta tensión? Vaya que sí. Creía que teníamos todas las papeletas de caer», dice Paco, que sinceramente pensó que se habían alineado todos los astros esa noche para que no salieran vivos de allí. Raimundo solo pensaba en salir. Entonces se puso al mando del camión, pero le dio al contacto y no arrancó.
Ahora lo piensa y se ríe, pero fue la situación más «jodida» que ha tenido que hacer frente tras más de media vida de lucha contra el fuego forestal. Rodeados, con el camión apagado, había que volver al infierno. «Entonces oí un ruido: se estaba yendo el aire de algún lugar y creí que era eso lo que hacía que el vehículo no se moviera», cuenta este hombre, que se puso a mirar hasta ver un latiguillo que se había dañado. Entonces sacó su navaja del bolsillo, se agachó a por una ramita de pino, la afiló y la introdujo por donde se escapa el aire. Y...funcionó.
El ingenio que se usó para reparar la avería en el camión. / ideal
Todo esto, acosado por las llamas, con el apoyo de sus compañeros y rodeado de un humo que apenas le dejaba ver. «Era eso o quedarnos allí», dice tajante Raimundo, que tuvo que enfrentarse al último problema: la falta de visibilidad. Por el humo no podían ver la carretera, pero a «tientas» recorrieron unos 500 metros orientándose como pudieron. Fue el «instinto», pero también la formación la que sacó de allí a unos profesionales de los que hoy se habla en toda la zona. Su historia se cuenta en los pueblos, entre los agentes de otros cuerpos o entre sus propios compañeros.
Cuando salieron vivos del infierno, su jefe les dijo que se relajaran, que comieran un bocata y descansaran un poco, pero apenas lo hicieron: el fuego seguía muy vivo y ellos son bomberos forestales. Además, cuando uno para, vienen los pensamientos. Raimundo se dio cuenta horas después de que se había quemado la espalda y Paco, parte de la oreja. Cuando llegaron a casa, el salvado se hinchó a llorar y el salvador prefirió guardar silencio en su hogar, donde le esperaba su mujer. Prefieren no darle muchas vueltas a lo que pudo pasar, le quitan hierro, pero saben que aquella noche pudo ser la última. Paco, pese a lo mal que lo pasó, sueña con que lo hagan fijo, como a Raimundo, que desde luego niega ser un héroe:«Esos son gilipolleces: este es mi trabajo y por eso me pagan», concluye.