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2022-08-12 18:19:34 By : Ms. USAMS SZ

LA HABANA, 12 DE AGOSTO DE 2022

Cinco helicópteros de la Fuerza Aérea Revolucionaria han ayudado a combatir el incendio en Matanzas; los miembros de sus tripulaciones coinciden en que ha sido una misión riesgosa como pocas

Autor: Yeilén Delgado Calvo | nacionales@granma.cu

En la explanada no se sabe bien si el calor sube desde la hierba, corta y bien cuidada, o baja desde el sol inclemente. La cuestión es que allí, en lo que la gente del aire llama su «zona de basificación», la temperatura es tan elevada como la sensación de inmensidad.

De los cinco helicópteros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que participan en el combate al incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas –al otro lado de la bahía–, a esa hora hay solo dos en tierra, los otros están en plena operación.

Las tripulaciones, que echarán a volar de nuevo en breve, se refugian en la sombra que proyectan sus aeronaves. Debajo de ellas, de sus poderosas estructuras, cualquiera se siente poca cosa, cualquiera menos quienes las dominan; y esa pericia se nota a primera vista.

Aquí nada queda al azar. Los protocolos de descanso y revisión médica son inviolables. El mayor Geosvany Hernández Peña se graduó en 2005 y es jefe de nave, lo que los civiles conocemos como piloto.

Explica que la tripulación está compuesta por tres personas: jefe de nave, técnico de vuelo y copiloto. En esta misión, por la complejidad, vuelan en cabina dos jefes de nave, pero «siempre el de mayor experiencia está frente a la técnica».

La cantidad de helicópteros en el aire depende de la situación, a veces se necesitan uno, dos, o todos a la vez. El Jefe de la Fuerza Aérea permanece en el lugar del siniestro con los apuntadores, que son pilotos también; valoran el escenario de conjunto con los bomberos, y deciden el modo de proceder. No se trata de tirar y tirar agua, hay puntos y tiempos específicos.

Hernández Peña resume el procedimiento: «Despegamos. Desde el aire mantenemos comunicación con el apuntador. Llenamos en la bahía, y luego creamos un perfil de vuelo para hacer el “ataque de agua”.

«Lo hacemos de forma escalonada; en dependencia de la cantidad de aeronaves que están en el aire, se establece una determinada distancia de seguridad entre ellas. Cuando se lanza el agua, el humo sube, por eso hay que esperar entre una entrada y otra, solo así el de atrás podrá ver. El tiempo de vuelo depende del combustible».

El agua la transportan en el bambi bucket, un artefacto que visto desde tierra parece una pequeña cubeta, pero en el que caben 2 500 litros de agua y que añade al helicóptero un peso de dos toneladas y media en suspensión.

El teniente Reinier Martín y el primer teniente Leonardo Díaz Guerra son especialistas en armamento de aviación y operadores del bambi, que se controla con un mando y mediante un sistema eléctrico que garantiza que se abra y cierre.

Ellos también le dan el OK al helicóptero para volar. Las vidas de los pilotos están en sus manos y viceversa. Volar es cosa de confianza, por eso, dicen, en el aire intercambian siempre sus visiones. Y andar con el bambi a cuestas no es cosa fácil, hay que bajar a dos metros sobre el mar para llenarlo, y después tener mucho cuidado para que esa especie de bolsa colgante no choque contra alguna estructura.

Sobre peligros habla el capitán Sergio Luis García Fajardo, un villaclareño de 32 años, piloto hijo de piloto, padre de un niño de año y medio, y que un día integrara el equipo de baloncesto de su provincia. «En el vuelo evitamos llegar a sitios donde haya una gran combustión, porque los motores para trabajar necesitan oxígeno, y donde este está muy enrarecido o no lo hay, se pueden apagar, o producirse cualquier otro fallo.

«Allí también la visibilidad se reduce y se puede perder la orientación». Lo otro, dicen, es la temperatura, que hace parecer cosa de juego el calor agotador de este mediodía de agosto.

Desde tierra, relata el mayor Geosvany, se nos avisa cuando hay que suspender; pero desde el aire a veces los alertamos a ellos.

Para García Fajardo, que hace 13 años pilotea, esta es, sin dudas, de las misiones más riesgosas de su carrera. «Durante 30 días estuvimos trasladando oxígeno para los pacientes de la COVID-19, y era peligroso, porque cualquier detalle podría habernos hecho estallar, pero como esto…».

«Esto no tiene comparación con nada que yo haya visto –refiere, desde una emoción evidente, el primer teniente Leonardo–, había llamas casi al lado del helicóptero».

El mayor Dairon González Espinosa, un granmense de 36 años que lleva 16 volando, antes de despegar siempre le da una «vueltecita al helicóptero» y le pasa la mano. No obstante, asegura que allá arriba, frente a una llama que supera en más de 200 metros la altura a la que estás, y que te sorprende al frente y a la izquierda, los rituales valen poco, es cuestión de habilidad y calma.

«Eso es inimaginable. Hay que vivirlo. Sabíamos que en cualquier momento podía haber una explosión porque el humo no nos dejaba tener contacto visual directo con los tanques, con lo que se quemaba».

Sus familias no paran de llamarlos para que se cuiden, pero también les dicen que están orgullosos; y ellos tienen una motivación especial: los «hermanos del Ministerio del Interior que están desaparecidos».

Este día de lucha contra el incendio, el panorama desde el cielo se sentía más controlado; la visibilidad era mucho mayor y trabajaban esencialmente en evitar que el fuego avanzara hacia otras estructuras o hacia la maleza, y en el enfriamiento de varios puntos.

Una y otra vez repiten que lo de ellos es apoyar a los bomberos, y es cierto, pero quien vio en vivo o mediante imágenes la silueta de esos helicópteros contra la columna de humo, negra e inmensa, no tiene dudas de que por estos días, en Matanzas, el valor está también en el aire.

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